viernes, 22 de enero de 2016

De la vida de las hormigas

Fragmento del libro Cuentos para niños y no tan niños


Id a la hormiga, dijo Salomón, 
Si queréis hallar una sociedad industriosa. 

La hormiga engreída

Todas dicen que soy una hormiga muy evolucionada, porque siendo atractiva y presumida, me diferencio del resto de mis congéneres. Poseo bellas alas, ojos enormes, tengo un color que me favorece y me gusta ponerme al sol como un hada a contemplar cómo mis semejantes trabajan de obreras acarreando vegetales, hongos y ramas que a menudo duplican su tamaño.
Desde mi árbol observo cómo viven en colonias. Las famosas hormigas soldado, compuestas por hembras estériles, se mueven siempre en formación compacta. Tienen como función proteger el hormiguero, proporcionar alimento y cuidar de las crías. Siendo completamente ciegas, para tantear el camino usan el canal químico. Las hormigas siguen guías feromonitas, olores y caminos señalados por sus secreciones.
Es increíble la relación que las hormigas tienen con los homópteros o pulgones de las plantas, hasta los alimentan protegen y construyen viviendas. Ocurre que los pulgones exudan una sustancia rica en azúcares que para ellas es de necesaria importancia como sustento e inteligentemente lo almacenan para cuando necesitan  proteínas.
Las hormigas rojas son carnívoras y muy agresivas si las molestan. Tienen una pequeña glándula con veneno. Algunas poseen aguijón, como las avispas. La picadura puede afectar tanto al hombre como al ganado. ¡Con una hormiga rojiza no se juega!  No son como las hormigas marineras que como polizontes invaden los barcos y van a puertos distantes donde algunas se quedan para siempre, o las grandes hormigas carpinteras que se meten en el maderaje de una casa y la minan como las termitas en sus galerías; o las cortadoras de hojas, las labradoras que deshierban y cultivan sus hongos como verdaderos horticultores, o las grandes hormigas verdes, guerreras, capaces de morder tan furiosamente que introduciendo ácido fólico hacen brotar sangre y dolor. Pero, las rojas poseen una atracción muy especial que las distingue del resto.
    Desde aquí observo como todas trabajan con gran laboriosidad, y a mí me disgusta trabajar. Yo soy campeona de la haraganería. Anido en la corteza de los árboles de miel porque no me gustan las cavidades subterráneas. Me he adueñado de esclavos que me proporcionan alimento y a veces es tan grande mi holgazanería que con frecuencia las utilizo como nodrizas.
   Me aburriría sobremanera ser reina: la hormiga reina es solitaria, gorda y triste. Su tamaño es superior al resto de las hormigas, incluyendo los machos. ¡ Me niego a fecundar! La pobre reina queda fértil para el resto de su vida, entregada, se arranca sus propias alas.  Excavando bajo tierra en su subterráneo no vuelven a ver el sol ni la luz del día, dedicada solamente a desovar las larvas que van surgiendo día a día del cascarón. Prisionera en su oscuridad, permanece perpetuamente preñada, convertida en una máquina de reproducir huevos. Atendida celosamente por sus obreras que morirían para defenderla, ¡no es más que una pobre reina! Sin embargo, me gustaría aparearme, y me divertiría contemplar como el zángano  después muere, pagando con su vida tamaña osadía. La única función de los zánganos es fertilizar y después morir.
   Cuando algún día en mi vuelo nupcial despliegue al sol mis iridiscentes alas, se verán tan hermosas que parecerán abalorios. Entre el tórax y el abdomen mi cintura es de terciopelo, mis aguijones de oro y mis patitas de ébano.  Mi amiga, la hormiga reina, decretó que yo estaba muy loca y mandó a hacer terapia. Pero todo fue en vano. ¡Porque el psicoanalista al verme tan radiante y bella se enamoró perdidamente de mí!

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