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Gitaneando |
Fragmento de la novela
"Bernarda, demasiado mujer para un solo hombre"
Acosada por el hambre, se mete en
una taberna Sevillana. Sin pensar siquiera como lo va a pagar, pide un
emparedado de jamón y un vaso de agua. Se da vuelta y observa que alguien la
está dibujando. Incitada por la curiosidad se levanta y va hacia la mesa. El
pintor es un tipo con bastante pinta, jovial, risueño, extravertido, la invita a sentarse, le
pregunta si le gusta el retrato y empiezan una amena y larga charla. Se gustan,
y entre otras cosas, le propone que sea su modelo. Sin nadie ni nada que perder
y ante la perspectiva anémica de su bolsillo, acepta. Se la lleva a su buhardilla, y allí conviven
unos largos meses.
En esos primeros retaceos por
Sevilla, conoce varios grupos de gente del arte. Se hace muy amiga de María, mayor que
ella en edad y pareja de un profesor complutense de literatura. Juntas recorren
los barrios típicos, y el cante hondo, van a tablaos, piden tapas, conversan
con los parroquianos. En las callejuelas sevillanas aprenden a tocar
castañuelas y los típicos bailes sevillanos
que ensayan en bodegones, Cuando Bernarda baila, sus movimientos están envueltos
en una sensualidad perturbadora que atrae. Se divierten, carcajean, sus charlas
son amenas. María, la invita a su casa con frecuencia. Se queda a dormir, la
busca, la mima, y una noche la requiere para compartir la cama con Eduardo, su
pareja. En ese revoltijo descubre que su amiga es bisexual. María está prendada
de Bernarda, le cuenta a Emiliano y de a
poco decide ir tomando distancia…
Mientras, su amigo la pinta de mil
maneras, desnuda, vestida, bailando, riendo, enfurruñada… Hasta que deciden viajar
al epicentro de la movida. Madrid, para tratar de conectarse con alguna galería y exponer. Negocian en casas
de subastas, exposiciones y ferias, donde
se originan los mayores centros de consumo, venden todo, y le encargan más cuadros (El arte ama el dinero y el dinero ama el arte.) Mucha obra de pintura se expende
en el mercado del arte. Por primera vez, después de tanto tiempo,
Bernarda tiene en su mano un duro ¡No lo puede creer!, lo mete entre los dientes,
lo muerde para convencerse que es real. Decide gastarlo, comprarse ropa, y
hospedarse en un mejor lugar. Alquilan. Emiliano se hace conocer y empieza a
cotizarse en el mundillo del arte.
Viajan a Barcelona, Lisboa, Oporto, París, Roma… realizando varias
exposiciones. Se codean con la sociedad adinerada. Inversores, marchants. Su
particular estilo de pincelada se impone,
toma impulso y se cotiza fuerte.
Bernarda quiere mejorar su estatus cultural
y se dedica a practicar idiomas. Se da cuenta que la vida la va arrastrando a un ambiente
donde tiene mucho que aprender. Como buena alumna, se exige, e instruye rápido,
sin reparo va adquiriendo lugar en lo mejor y más escogido de los mundos.
Olfatea la opulencia y con placer se acomoda donde es admirada. Con su
despliegue, su cuerpo y una altura de 1,78, no pasa desapercibida. De carácter
risueño, siempre alegre, consigue buena compañía para teatros, conciertos y fiestas.
La sensualidad de Bernarda desborda. Morena,
de ojos azabache enmarcados por largas y espesas pestañas, cuello erguido como
cisne. Voz grave, boca más bien grande, sus
labios carnosos se entreabren como frutos, como higos en sazón, de afable
sonrisa, cuando ríe, deja visibles como
caracolas dos filas de dientes compactos y muy blancos. El hoyuelo en el mentón,
agrega simpatía a su fisonomía.
Su personalidad impacta. Pulposa,
de interminables piernas torneadas a fuego, enfundadas en una ajustada
minifalda que insinúa en sus nalgas la redondez y tersura de la manzana.
Hombros anchos con senos enjutos, que oscilantes se mecen como almendros, a
través de sus prolongados escotes se vislumbran los pezones duros como avellanas.
Cuando Bernarda mueve sus ancas de oro y ébano los hombres se dan vuelta para
mirarla. Su andar de viento irradia luz y sensualidad. Se rumorea que bajo las
sábanas es un potro desbocado de monta sólo para privilegiados.
Sentada en el bar del Plaza Hotel
parece salida de un cuadro de Romero de Torres. A distancia su piel fresca se
huele como la madreselva presintiendo su estremecimiento, Contemplarla
despierta el secreto de vibración
intensa que anida en cada hombre.