viernes, 4 de diciembre de 2015

Dubai


Fragmento de la novela "Bernarda,              demasiado mujer para un solo hombre"





Zayed Abdulaziz, por negocios debe viajar a Dubai. Abu Dhabi, la capital de Dubai creciendo a ritmo de infarto, símbolo de una riqueza material entre ostentosa y lúdica y requiere su compañía. Bernarda acepta encantada sabiendo lo que ello conlleva… El potentado imperio árabe que se levanta entre las nubes la deslumbra. La tecnología de las grandes obras arquitectónicas. Sus rascacielos, sus torres como aguja hacia el infinito.  El BurjKalifa de 828m. (hasta la punta de la antena). Por ahora, la torre más alta del planeta, y un ascensor que sube a diez metros por segundo. En el piso 122, el Hotel Armani tiene instalado a todo lujo el restorán más alto. Subir hasta el piso 124, a 442 metros del suelo, es mirar solamente las nubes y el océano envuelto en una luz brumosa. Más allá el desierto, kilómetros y kilómetros de arena y calor. Abajo, el shopping que conecta con el Acquarium Dubai, un parque marino bajo techo con cualquier cantidad de tiburones. El  Shopping Emirates, a parte de contar con todo lo imaginable en una demencia potencial,  tiene una pista quilométrica de esquí bajo techo. En el extremo del Jumeirah Palm, está el opulento hotel Atlantis The Palm, con habitaciones bajo el mar y paredes con peceras surcadas por tiburones. Varones árabes con “thoub”, una túnica blanca que deslumbra, asoman por todos lados, lástima que el calor es agobiante. Cuando en verano el termómetro oficial marca más de 50 grados, es ley dejar de trabajar. Hay que ir en invierno, cuando el termómetro marca 25.
La mayor parte de los universitarios son mujeres que conducen sus propios autos. Dubai es la ciudad más liberal de los Emiratos Árabes Unidos.  Mientras, Bernarda, sueña… Sueña con encontrar a su padre Ad I Marat. Su madre se lo ha hecho saber en su lecho de muerte. Reserva sus intenciones hasta averiguar quién es, qué papel desempeña en ese poderoso mundo imperial en el que acaba de entrar.  
Convive con Zayed que ha caído hechizado en sus redes, y de a poco se va adueñando de la mansión. Piensa en Emiliano y sus desnudos. Con la excusa de hacerse un retrato para obsequiar a Zayed, lo busca. Lo hace entrar al palacio. Emiliano se deslumbra, su vista se pierde tras los salones de tupidas alfombras turcas, de Azerbaijan y las francesas de Aubussón, los bargueños de Vargas. Los cuadros de Velásquez, Goya, V. Serov, Leonardo y Toulouse, y  las impactantes lámparas de cuarzo cargadas de caireles de cristal de Bohemia y Baccarat.

Su reencuentro es conmovedor hasta las lágrimas. Le ruega que a cualquier precio, se ocupe de rescatar los desnudos de aquella época. Emiliano la tranquiliza manifestando que de aquel tiempo hasta ahora, su personalidad ha cambiado tanto que es un tanto difícil identificarla. Le promete ocuparse, ella se ofrece para cualquier cosa que necesite. Está en posesión de poderle acercar cualquier ayuda económica. Le da un abrazo, la felicita, le agradece y se pone a trabajar plasmando como mejor puede, su reconocida figura ahora envuelta en un elegante Sarí. De muchas cosas dialoga con Emiliano mientras le posa. Terminado el retrato, en la despedida su amigo le dice “Yo no soy profeta pero presta atención a lo que haces, no termines como la araña que cuando quiere zafar se da cuenta de que está atrapada en su propia red. Le contesta con un apretado abrazo haciéndole saber que lo único que la guía es averiguar quién es  su  padre. Para ella como para el sheikh, la palabra imposible no existe.

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